lunes, 22 de junio de 2009

El regreso de las SS

Poca gente admite de buen grado que tiene genio. Mal genio, se entiende. A todos nos gusta aparentar que somos los adalides de la comprensión y el buen royo, y que sólo nos salimos de nuestras casillas porque nos provocan y, por tanto, no es responsabilidad nuestra. Eso nos deja la conciencia más tranquila y podemos dormir mejor, porque vivimos más a gusto con nosotros mismos si creemos ser buenos.

Pero no nos engañemos. Todos lo tenemos. El genio, bueno o malo, es parte de cada uno. No mostrarlo limita la capacidad de que dispone el resto de la gente de conocernos completamente: hay una puerta que no se ha abierto y que no permite ver qué hay al otro lado. A pesar de estar completamente de acuerdo con este razonamiento, que por otra parte es de lo más lógico, me resisto a dejarme llevar por los impulsos y siempre intento observar y pensar antes de reaccionar. Puede que limite en cierta forma lo que los demás conocen de mí, pero yo sí que reconozco mi genio. Y no es de los mejores, la verdad...

El otro día lo comprobé. Tenía cita con el médico de la Seguridad Social, la horda temida de las SS. La médico responde a las iniciales de C.O. Aspecto de niña pija, con gafitas, pelo rubio liso, aspecto de no haber roto nunca un plato, y en realidad esconde a la imbécil mayor del reino. Vayamos con el relato.

La cita era a las 19.15, nada importante, creo. Nada de gripe ni salmonela veraniega ni otros apechusques varios. El caso es que llegué tarde, cómo no, pero sin dramas, a las 19.30. Como había gente esperando, educadamente esperé a que pasaran todos y finalmente entré en la consulta: 20.10. Craso error, como comprobaría enseguida.

- Hola, soy JM, tenía una cita a las 19.15
- Ah, pasa, pero lo que sea cuéntamelo rapidito, porque ya tenía que haberme ido

??????????? Puede que se me quedara cara de pasmo, pero no reparé en ello. Seguimos.

- Disculpa por el retraso, pero el tráfico....
- Pero yo estoy aquí, y si el paciente llega tarde no es culpa del doctor
- Ya, y por eso me he esperado hasta que han pasado todos los pacientes -mi tono de voz un poco más duro
- No es para para ponerse borde, símplemente te indico que estoy fuera de mi horario
- No creo que me me esté poniendo borde, he llegado a las 19.30 y no ha salido nadie para indicarme si debía pasar o no, sino que simplemente he esperado a que pasaran todos los pacientes que esperaban
- ¡Esta situación no me está gustando nada!

Aquí es donde algo hizo ¡click! en mi cabeza

- Pues mira guapa, ya te puedes ir a casa. Ahora mismo voy a que me vea otro médico -le solté. Recogí mis cosas y salí. Justo antes de cerrar la puerta, me soltó con un tono bastante despectivo:
- Justo cuando bajes, a la derecha puedes realizar el cambio inmediatamente y sin problemas

Estoy convencido de que el portazo que dí se escuchó a varios kilómetros a la redonda, como poco. Nada más llegar a la entrada del consultorio, solicité un cambio de médico, una nueva cita (al día siguiente) y salí de allí.

Nada más lejos de mi intención el querer sacar conclusiones que afecten a todos los médicos de la Seguridad Social, y menos a partir de la experiencia que una sola persona puede tener con semejante gilipollas. Pero en su caso creo que esta niña nació con vocación de funcionaria, y como se le daban bien los estidios, le dio por estudiar Medicina, pero sin abandonar su nirvana, consistente en aflojar la mano y que se caiga el bolígrafo al suelo con la última campanada del reloj que avisa de la hora de salida.