El otro día, mientras intentaba que la entrada de mi casa no pareciera que estaba en zafarrancho de combate, con la maleta a medio deshacer y un montón de cosas más por medio, descubrí que yo también tenía alma de filósofo.
Cuando estudié Filosofía en 3º de BUP y COU, mi profesor (muy bueno, todo sea dicho de paso) se empeñaba en decirnos que, si alguien se hace preguntas sobre su existencia, está filosofando. Por lo general la Filosofía, tal como la concebían los antiguos, la usan, en nuestros días, cuatro colgados drogados hasta las orejas, que miraban las estrellas sentados en tumbonas de playa en la azotea de un edificio.
Pero el domingo por la tarde descubrí mi alma de filósofo al descubrirme haciéndome estas (y muchas más) preguntas:
- ¿Cómo puede una sola persona plegar, de forma lógica, una sábana para una cama de matrimonio?
- ¿Cuántas cacerolas te sobran?
- ¿Por qué en la lavadora entran los calcetines por parejas y siempre sale uno desparejado?
- ¿Por qué las plantas salvajes no necesitan agua y las domesticadas sí?
- ¿Por qué las sartenes nunca son de la medida exacta que necesitas?
- ¿Dónde se queda el agujero cuando te comes la rosquilla?
- ¿Por qué no empiezas a buscar ese libro por el último lugar donde se te ocurriría dejarlo?
- ¿A quién se le ocurrió fabricar ventanas sin persianas?
- ¿Tienes en hora el reloj de la cocina?
- ¿Cuanto se tarda en decidir colgar una lámpara?
- ¿Qué es mejor, una pared sin cuadro o un cuadro sin pared?
- ¿Cuántos cubiertos usas a lo largo del día?
- ¿Alguien usa los soportes para huevos que hay en la nevera?
- ¿Cuanto pueden sobrevivir los jazmines sin agua?
- ¿Es verdad que los tupper ni se crean ni se destruyen, sino que sólo se transforman?
- ¿Cómo es que tengo cuatro mecheros en casa si no fumo y tengo cocina eléctrica?